jueves, 21 de mayo de 2015

El primer milagro

Esa mañana los pájaros no cantaron y el sol no brilló como de costumbre. El gallo en el corral dormitaba cabizbajo. Pero nadie se fijó en ello. Los niños dados siempre al desenfreno de sus fantasías, estaban ahora quietos ––obligados a sentir el luto–– rezando el santo rosario. Ellos siempre son escuchados por el Señor.

La radio lo gritó la noche anterior ¿Quién hubiese imaginado que existiera tanta maldad en el corazón de los hombres? Desde Jesús, esto era lo peor.

Mientras encomendaban a todas las almas al Creador, Tomasa pensaba cómo haría para viajar hasta la capital sin tener que llevar con ella a los nietecitos, que sus hijas desde hacía años le habían encomendado su cuido.

––¡La Marta! ––recordó con alegría.

––Amén.

En el autobús la gente iba cuchicheando y miraba con recelo a los desconocidos que subían o bajaban. No había duda de que en adelante nadie podría hablar con tanto garbo en la vía pública. No más. Tomasa tomó el rosario entre sus manos y rezó quedita, como siempre lo hacía para que el Santísimo cuidara el automotor y tomara el timón personalmente. Dejar esa tarea a humanos era muy arriesgado... pero esta vez su mente no estaba en eso, sino en el clamor porque viniera el Juicio Final, pronto. ¡Sí, pronto! El agravio era demasiado.

En la plaza, la gente se arremolinaba en un frenético intento por ver con sus propios ojos al mártir. Era un momento histórico, nadie que dijese llamarse cristiano debía de perderse esa oportunidad; mientras, de los parlantes salientes de las torres de la iglesia, cánticos y rezos apenas entendibles por la estática aguijoneaban el oído.

Ante el tumulto, Tomasa pensó que nunca llegaría a la capilla ardiente y tocaría el féretro. ¡Imposible! Por cualquier lado el muro de carne se interponía. Insistió, empujó, suplicó a las espaldas sordas, jaló brazos huraños y todo en vano.

Mas de pronto, la muchedumbre enloqueció ante un rumor de guerra. El muro se le fue encima a Tomasa. La estampida arrollaba todo a su paso. Zapatos por allá, carteras por acá, mechones, mantillas negras, ganchitos sandinos y una que otra pistola. Y la muerte frenética, clavaba su hoz sin detenerse ante nada.

La carnicería era cruel y las personas dejaban todo a su paso en el afán de salvar la vida. No hubo madre que volviera a ver a su hijo; hijo que recordara a su madre. Todos corrían con una idea fija en la mente. El terrible egoísmo humano emergió campante.

Pero hubo una mano, una sola, que salió entre el caos y levantó a Tomasa, la jaló y la condujo entre cadáveres aplastados, gritos despavoridos y cuerpos enloquecidos que se estrellaban entre sí. No había tiempo para ver rostros, solo el suelo ensangrentado y pronto estuvo a salvo en el sótano de la iglesia catedral.

––Vamos cipotes ––dijo en la noche recién llegada a casa, desaliñada y descalza––, vamos Marta, rezaremos al Santo; sin duda ya lo es, pues ha obrado en mí su primer milagro.

sábado, 18 de abril de 2015

Tengo mucho tiempo que no entro a mi propio blog pues me da miedo. Parece tonto que le tema a algo así,  pero el temor es que ya no soy el mismo de antes, ya no escribo más. no se me ocurre nada y al ver mis escritos, parece que los escribió otra persona, no yo. Me siento de pronto, muy común y corriente, y tonto.